Cotidianidad

Es usual, a lo largo de nuestras vidas, el llevar a cabo la mayor parte de nuestras actividades cotidianas sin que se nos ocurra, siquiera, cuestionar los fundamentos que se encargan de dar coherencia a nuestra forma de concebir la realidad. De hecho, desde la perspectiva de la historia universal, la tendencia hoy más que nunca es angustiante: el basar inconscientemente nuestras acci ones vitales en una serie de conocimientos elementales, prácticos y funcionales, que permiten llevar a cabo nuestras labores eficientemente (Pedrique, 2000: 169). Esta situación fuese intrascendente - y apenas si valdría la pena mencionarlo - si no fuera por el hecho de que, por un lado, en la medida en que se van anquilosando en nosotros los esquemas de concebir el ser de las cosas, por otro, las condiciones y necesidades contextuales de un grupo social, van exigiendo formas renovadas de enfocar los problemas (Ortega, 1970: 28).
Necesitamos pues, colocarnos en un ángulo mediante el que podamos ver de una forma renovada el ser de las cosas. Al alejarnos un poco para contemplar el rostro nuevo de lo que nos rodea, nos podríamos dar cuenta en el acto, de que aquellos comportamientos que habíamos supuesto hasta hace poco como obvios y naturales, en realidad obedecen a patrones preestablecidos e institu idos históricamente, en los que las relaciones de poder, el establecimiento de instituciones y la transmisión cultural son evidentes (Durkheim, 1974:42). Un grupo social establece las formas de concebir la realidad no de manera homogénea o caótica como se pudiera pensar a simple vista, sino mas bien de forma jerárquica y organizada. Es decir, los conocimientos generales (que aquí son entendidos en cuanto a su posibilidad de generar acción) dependen a su vez de unas cuantas -en verdad
pocas- concepciones fundamentales, sobre
las que aquellos están imbricados y
yuxtapuestos; y, que por haber sido aceptados e
institucionalizados por un colectivo a lo
largo del tiempo - mas por conveniencia que por
deseos de indagar en la verdad del ente-
son de naturaleza irracional, esto es, vividos
en la cotidianidad, intuitiva y acríticamente, e
incapaces de resistir a una indagación seria qu
e exija la coherencia de sus fundamentos en
concordancia con los principios apriorísticos de la existencia, como la libertad por ejemplo (Kant). En realidad, estas concepciones fundamentales reflejan una posición eminente ante la realidad del mundo que nos rodea.
Tales patrones varían muy lentamente a lo largo del tiempo, y, al contrario de lo que usualmente se cree, deben su predominio no al hecho de constituir valores institucionalizados universalmente, sino mas
bien al carácter de obviedad y normalización
que le otorga un modo de ser predominante en la vida de nosotros como seres humanos: la cotidianidad. Este fenómeno constituye un elemento tan radical y originario de la estructura de nuestra existencia, que apenas si reparamos en ello. Desde luego, esta inconsciencia nuestra acerca de su predominio silente, no se debe a un simple descuido de nuestra menteo a una falta de fortaleza moral quizás, sino que obedece a su propia esencia de naturalizar todo fenómeno que transgreda lo esperado usualmente.
Inclusive, no es una mera casualidad que desde el punto de vista teórico, a pesar de ser un aspecto tan inherente al ser humano y haber cobrado una importancia sin igual en el campo de la historia y la sociología a lo largo del siglo XX, la cotidianidad apenas haya sido abordada sistemáticamente. Precisamente, fue a través de la fenomenología que se dieron los primeros pasos acerca del tema. Siguiendo las huellas de su maestro Husserl, Alfred Schütz abordó la cotidianidad desde las vivencias significativas y las interrelaciones subjetivas de la vida diaria. Desde una perspectiva dialéctico-marxista Henri Lefebvre realizo indagaciones interesant con respecto a este problema. Michel Foucault ha aportado reflexiones fundamentales, como la relación entre normalización, dominación, poder y sistemas de veridicción. Claude Javeau, inspirado en Marcel Proust, se ha preocupado por la relación entre memoria y vida cotidiana. Por su parte, Michel Mafessoli, incluye dentro del tema aspectos tan diversos como las relaciones con la naturaleza y los conflictos sociales. No obstante, en ninguno de ellos podemos encontrar una elaboración sistemática y frontal al problema mismo de la cotidianidad desde el plano ontológico. Esta carencia de fundamentación en un fenómeno de la vida humana tan relevante para la filosofía y las ciencias sociales, obedece inequívocamente a la falta declaridad metodológica con respecto al problema del tiempo. En efecto, el propio Norbert Elias, ha reconocido esta carencia en el ámbito intelectual contemporáneo (Lindón, 2000: 7). Como la comprensión íntegra de este concepto tan sólo es posible desde un análisis ontológico de la estructura de la existencia, una respuesta a tales interrogantes podríamos encontrarla entonces, en las indagaciones filosóficas de aquel pensador que por vez primera abordo sistemáticamente desde esta perspectiva,
la relación entre cotidianidad, tiempo y existencia: Martin Heidegger.
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